Después de Nablus, nuestro ruta de viaje marcaba la última parada antes del regreso: los Altos del Golán. Una de los nombres más escritos y narrados, que suele aparecer con frecuencia citadas como punto enquistado de los conflictos de la zona, en este caso entre Israel y Siria, después de la invasión en 1969.
Pero primero, debíamos salir de Nablús. El mero trámite se alargó más de la cuenta: los militares israelíes no dejaban pasar al minibus, con matrícula israelí y conductor con permiso especial, a Nablús. Quizá tocaba, quizá no y era una simple manera de recordar la arbitrariedad que rige en los checkpoints. Así, que debimos coger un taxi hasta el control y allí poder subir al minibus. Todo bajo la mirada atenta de dos israelíes de «Mujeres por la Paz», que rozando los sesenta años, observaban y anotaban posibles incidentes para elaborar denuncias e informes.
Durante el viaje, los «paisajes» volvieron a cambiar. El humano, con las modernas y bien trazadas carreteras israelíes, los bares y restaurantes de la carretera y sus banderas ondeando. El físico, con suaves ascensiones y vegetación en ascenso hasta acabar en el lago Tiberiades, el «mar de Galilea» sobre el que Jesucristo caminó, según la Biblia y que hoy representa un gran bidón de avituallamiento para Israel. Todo hasta llegar a los límites de la línea de control, la antigua frontera hasta la anexión formal de los Altos del Golán en 1991 por parte de Israel, algo no reconocido por Siria. Y encontrarnos con un parque natural, rotulado y con puestos para el descanso, mezclado con estaciones de control militar israelí, viejos tanques y baterías apuntando a la zona siria. El camino se fue escarpando poco a poco, hasta sentir una suave y agradable brisa. Así, llegamos a Majdal Shams, uno de los pueblos de la zona, donde nos recibió Taiseer Miry, director de la organización «Golan for Development». Asociación que seguía los mismos patrones comunitarios -teatro, moderno hospital, residencia, zona de charlas- que otras palestinas, pero con la marcada diferencia de los mayores medios. Según nos dijo, les acusaban de recibir dinero sirio. Una sonrisa fue la respuesta de Taiseer cuando le pregunté si era cierta la afirmación.
«La principal razón de la ocupación del Golán es el agua. El 25% del agua israeli proviene de aquí», así comenzó su presentación Taiseer para contarnos que de los 30.000 habitantes repartidos en 200 pueblos y una extensión de 1.200 km2, sólo quedaron 6.300 personas tras la guerra de 1967. Una ocupación que las familias divididas a un lado y otro de la frontera pensaron que sólo duraría unos meses pero que aún perdura. Eso, pese a la coacción israelí para que los golaníes, hasta los noventa con estatus de residentes, renunciaran a la nacionalidad siria y optaran por la israelí. Presión que tan sólo 100 personas soportaron, tras una huelga y actos de boicot, y que ahora tienen una nacionalidad indefinida.
«La principal razón de la ocupación del Golán es el agua. El 25% del agua israeli proviene de aquí»
Tayseer Miry también criticó aspectos de la educación en el Golán. Un currículo centrado en la explicación sionista de la historia, que rechaza, y unos profesores poco cualificados, a veces sin titulación, que él creía dirigidos a bajar el nivel académico de la zona. En este sentido, destacó la oportunidad abierta entre 1977 y 1981 para cursar estudios universitarios en Damasco, cuyo relevo tras la prohibición fue la antigua URSS, aliado de Siria que acogió a unos millar de estudiantes golaníes.
Y vuelta al agua, fundamental de la zona, que Miry señala como causante de la ocupación. Nos dice que lo golaníes árabes pagan hasta cuatro veces por el agua que los colonos, 3,4 shekels/m3 frente al 0,9 de los habitantes de los asentamientos. Un recurso repartido entre 90 lagos en los Altos, con cerca de 3,5 millones de metros cúbicos. Para burlar esta estrategia antidesarrollista, los agricultores decidieron recoger agua de lluvia en tanques, llenando la zona con unos 600 contenedores. Poco después, Israel decidió instaurar una nueva legislación, por la que se requerían hasta cinco diferentes permisos para poder tener un tanque, lo que provocó demoras de años. Taiseer Miry recalcaba la ironía de tener que pagar más por un recurso que considera propio y robado por los israelíes. Hasta llegar al sarcasmo de no poder recoger agua de lluvia.
Las preguntas por los colonos nos volvieron a demostrar que estábamos en un conflicto con problemas algo similares pero también con muchas diferencias. Miry nos comentó estas diferencias. En los primero años, sólo llegaron colonos de partidos de izquierda, con los que era más fácil convivir que los que consideran Cisjordania como un “salvaje oeste” que conquistar. Aporta varias razones: los Altos no eran parte del Israel biblico que se quiere ocupar, están lejos de las principales ciudades del país y muy cercanos a Siria y conflictos territoriales. En los 90, con la anexión decretada por Israel, todo empezó a cambiar con la llegada de empresas vínicolas.
Acabamos la charla con algunos apuntes de la situación general, EE.UU., la guerra de Irak. Miry cree que hay que leer entre líneas los discursos pacifistas de políticos como Simon Peres, presidente israelí y laborista. Piensa que destilan una impostada superioridad, moral y tecnológica, sobre los árabes que les da derecho a ocupar tierras. Vuelve a repetir que para el país judío no sólo no existen las resoluciones de la ONU sino que siempre se prepara para vencer siempre por medio de la fuerza militar.
Acabamos la visita acompañados de una joven y muy guapa integrante de la asociación Golan for Development. Como Taiseer, es drusa y expresa su religiosidad musulmana de manera muy diferente y abierta. Nos enseña la frontera con Siria, la delgada pista de tierra a un lado y otro de la valla por la que circulan los ejércitos. En la lejanía se ven dos edificios. Le pregunto si son cuarteles, pero no. Son estaciones de radio, para que los familiares sirios de uno y otro lado de la frontera puedan hablarse a través de ellos. Luego, nos lleva a una de las colinas más altas de la zona. Allí vemos el resto de pueblos que componen el Golán, rodeados de lagos, y en la lejanía, nos dice, están las primeras zonas conquistadas por Israel en la última invasión del Líbano en 2006. Al lado nuestro, unas tiendas de campaña delatan la presencia de una naciente colonia judía.
Luego, en la tranquilidad de la noche, en la pequeña compañía de tres tras la marcha del grupo, pudimos comprobar las diferencias de una población que se adivinaba con más recursos, con menos problemas acuciantes, en las que se combinaban los salam con los shaloms. Sentados, cerveza y narguile en mano, pudimos repasar nuestro ajetreado viaje y hasta desconectar un poco la intensidad de unos días inolvidables en Palestina. Tres viajeros pensando en el reciente pasado, en sensaciones y datos que saturaban nuestra mente y que tardarían en salir, en el cercano trámite de salida… Y un círculo que cerramos sentados en una moderna avenida de Haifa, mirando al mar en compañía de Nisreen Mazzawi, a la espera de tomar la opción individual, somos turistas y no nos conocemos, en un moderno tren camino del aeropuerto. Círculo que completó Juana en compañía de Nisreen viendo bloques vacíos de viviendas, abandonados desde la expulsión de sus habitantes árabes en 1948. Esos, cuyos hijos y nietos vimos a lo largo de toda Palestina.