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Los Altos del Golán

Camino del Golán. I. Legarda

Camino del Golán. I. Legarda

Después de Nablus, nuestro ruta de viaje marcaba la última parada antes del regreso: los Altos del Golán. Una de los nombres más escritos y narrados, que suele aparecer con frecuencia citadas como punto enquistado de los conflictos de la zona, en este caso entre Israel y Siria, después de la invasión en 1969.

Pero primero, debíamos salir de Nablús. El mero trámite se alargó más de la cuenta: los militares israelíes no dejaban pasar al minibus, con matrícula israelí y conductor con permiso especial, a Nablús. Quizá tocaba, quizá no y era una simple manera de recordar la arbitrariedad que rige en los checkpoints. Así, que debimos coger un taxi hasta el control y allí poder subir al minibus. Todo bajo la mirada atenta de dos israelíes de «Mujeres por la Paz», que rozando los sesenta años, observaban y anotaban posibles incidentes para elaborar denuncias e informes.

Durante el viaje, los «paisajes» volvieron a cambiar. El humano, con las modernas y bien trazadas carreteras israelíes, los bares y restaurantes de la carretera y sus banderas ondeando. El físico, con suaves ascensiones y vegetación en ascenso hasta acabar en el lago Tiberiades, el «mar de Galilea» sobre el que Jesucristo caminó, según la Biblia y que hoy representa un gran bidón de avituallamiento para Israel. Todo hasta llegar a los límites de la línea de control, la antigua frontera hasta la anexión formal de los Altos del Golán en 1991 por parte de Israel, algo no reconocido por Siria. Y encontrarnos con un parque natural, rotulado y con puestos para el descanso, mezclado con estaciones de control militar israelí, viejos tanques y baterías apuntando a la zona siria. El camino se fue escarpando poco a poco, hasta sentir una suave y agradable brisa. Así, llegamos a Majdal Shams, uno de los pueblos de la zona, donde nos recibió Taiseer Miry, director de la organización «Golan for Development». Asociación que seguía los mismos patrones comunitarios -teatro, moderno hospital, residencia, zona de charlas- que otras palestinas, pero con la marcada diferencia de los mayores medios. Según nos dijo, les acusaban de recibir dinero sirio. Una sonrisa fue la respuesta de Taiseer cuando le pregunté si era cierta la afirmación.

«La principal razón de la ocupación del Golán es el agua. El 25% del agua israeli proviene de aquí», así comenzó su presentación Taiseer para contarnos que de los 30.000 habitantes repartidos en 200 pueblos y una extensión de 1.200 km2, sólo quedaron 6.300 personas tras la guerra de 1967. Una ocupación que las familias divididas a un lado y otro de la frontera pensaron que sólo duraría unos meses pero que aún perdura. Eso, pese a la coacción israelí para que los golaníes, hasta los noventa con estatus de residentes, renunciaran a la nacionalidad siria y optaran por la israelí. Presión que tan sólo 100 personas soportaron, tras una huelga y actos de boicot, y que ahora tienen una nacionalidad indefinida.

«La principal razón de la ocupación del Golán es el agua. El 25% del agua israeli proviene de aquí»

Viejas baterías israelíes. I. Legarda

Viejas baterías israelíes. I. Legarda

Tayseer Miry también criticó aspectos de la educación en el Golán. Un currículo centrado en la explicación sionista de la historia, que rechaza, y unos profesores poco cualificados, a veces sin titulación, que él creía dirigidos a bajar el nivel académico de la zona. En este sentido, destacó la oportunidad abierta entre 1977 y 1981 para cursar estudios universitarios en Damasco, cuyo relevo tras la prohibición fue la antigua URSS, aliado de Siria que acogió a unos millar de estudiantes golaníes.

Y vuelta al agua, fundamental de la zona, que Miry señala como causante de la ocupación. Nos dice que lo golaníes árabes pagan hasta cuatro veces por el agua que los colonos, 3,4 shekels/m3 frente al 0,9 de los habitantes de los asentamientos. Un recurso repartido entre 90 lagos en los Altos, con cerca de 3,5 millones de metros cúbicos. Para burlar esta estrategia antidesarrollista, los agricultores decidieron recoger agua de lluvia en tanques, llenando la zona con unos 600 contenedores. Poco después, Israel decidió instaurar una nueva legislación, por la que se requerían hasta cinco diferentes permisos para poder tener un tanque, lo que provocó demoras de años. Taiseer Miry recalcaba la ironía de tener que pagar más por un recurso que considera propio y robado por los israelíes. Hasta llegar al sarcasmo de no poder recoger agua de lluvia.

Las preguntas por los colonos nos volvieron a demostrar que estábamos en un conflicto con problemas algo similares pero también con muchas diferencias. Miry nos comentó estas diferencias. En los primero años, sólo llegaron colonos de partidos de izquierda, con los que era más fácil convivir que los que consideran Cisjordania como un “salvaje oeste” que conquistar. Aporta varias razones: los Altos no eran parte del Israel biblico que se quiere ocupar, están lejos de las principales ciudades del país y muy cercanos a Siria y conflictos territoriales. En los 90, con la anexión decretada por Israel, todo empezó a cambiar con la llegada de empresas vínicolas.

Acabamos la charla con algunos apuntes de la situación general, EE.UU., la guerra de Irak. Miry cree que hay que leer entre líneas los discursos pacifistas de políticos como Simon Peres, presidente israelí y laborista. Piensa que destilan una impostada superioridad, moral y tecnológica, sobre los árabes que les da derecho a ocupar tierras. Vuelve a repetir que para el país judío no sólo no existen las resoluciones de la ONU sino que siempre se prepara para vencer siempre por medio de la fuerza militar.

Acabamos la visita acompañados de una joven y muy guapa integrante de la asociación Golan for Development. Como Taiseer, es drusa y expresa su religiosidad musulmana de manera muy diferente y abierta. Nos enseña la frontera con Siria, la delgada pista de tierra a un lado y otro de la valla por la que circulan los ejércitos. En la lejanía se ven dos edificios. Le pregunto si son cuarteles, pero no. Son estaciones de radio, para que los familiares sirios de uno y otro lado de la frontera puedan hablarse a través de ellos. Luego, nos lleva a una de las colinas más altas de la zona. Allí vemos el resto de pueblos que componen el Golán, rodeados de lagos, y en la lejanía, nos dice, están las primeras zonas conquistadas por Israel en la última invasión del Líbano en 2006. Al lado nuestro, unas tiendas de campaña delatan la presencia de una naciente colonia judía.

La solución ¿en el horizonte? A. Sánchez

La solución ¿en el horizonte? A. Sánchez

Luego, en la tranquilidad de la noche, en la pequeña compañía de tres tras la marcha del grupo, pudimos comprobar las diferencias de una población que se adivinaba con más recursos, con menos problemas acuciantes, en las que se combinaban los salam con los shaloms. Sentados, cerveza y narguile en mano, pudimos repasar nuestro ajetreado viaje y hasta desconectar un poco la intensidad de unos días inolvidables en Palestina. Tres viajeros pensando en el reciente pasado, en sensaciones y datos que saturaban nuestra mente y que tardarían en salir, en el cercano trámite de salida… Y un círculo que cerramos sentados en una moderna avenida de Haifa, mirando al mar en compañía de Nisreen Mazzawi, a la espera de tomar la opción individual, somos turistas y no nos conocemos, en un moderno tren camino del aeropuerto. Círculo que completó Juana en compañía de Nisreen viendo bloques vacíos de viviendas, abandonados desde la expulsión de sus habitantes árabes en 1948. Esos, cuyos hijos y nietos vimos a lo largo de toda Palestina.

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Mujeres y palestinas

Khitam Saafin, vicrepresidenta de UPWC. D.P.

Khitam Saafin, vicepresidenta de UPWC. D.P.

Bajo la ocupación. Con vivencias similares a otras mujeres del mundo. Pero marcadas por la vida diaria de checkpoints, campos de refugiados y la ocupación. Uno de nuestros días en Ramallah, uno de los más ajetreados en visitas a organizaciones sociales, empezó y acabó con grupos de mujeres. Sin haberlo previsto en nuestro programa de puntualidad palestina, al menos no la última reunión. Empezamos el día temprano con desayuno rápido para dirigirnos a la zona cercana al parlamento palestino, en desuso desde el rechazo al gobierno ganador de Hamás en 2005. Allí esperamos unos minutos para la primera visita al local de Union of Palestinian Women Comittees (Unión de Comités de Mujeres Palestinas). Nos atendió Nadja Masser, mujer de unos cuarenta años ataviada con un colorido pañuelo rojo cubriendo su cabello. Cafés turcos, cargados y con posos, tés y primeras conversaciones sobre los programas de una organización encuadrada en la OLP y con 5.000 mujeres asociadas en Cisjordania y Gaza: guarderías, apoyo social y económico para el trabajo y estudio de mujeres, formación de líderes, sensibilización sobre igualdad y la ocupación… Así, hasta que llegó Khitam Saafin, vicepresidenta del UPWC, a un local ya en plena ebullición de mujeres entrando y saliendo de salas.

«Nuestros problemas no son sólo de derechos humanos. Son de libertad y derechos políticos», Khitam Saafin

Con un café cerca y un cigarrillo encendido, Khitam comenzó hablando de la ocupación israelí. «Trabajamos por la liberación de Palestina y por la igualdad de las mujeres». Dice que Israel sólo desea la tierra palestina pero sin la población palestina. «Son racistas con nosotros» afirma. «Nuestros problemas no son sólo de derechos humanos. Son de libertad y derechos políticos» explica para avalar que Palestina necesita ayudas, sí, pero no sólo de emergencia, como si fueran provocadas por una catástrofe natural. «Es un problema político» y, sobre todo, exige. «Israel debe cumplir las resoluciones de la ONU». También la ocupación afecta a la vida diaria de las personas, tanto como que el 40% sufrió problemas psicológicos durante la primera intifada, según datos de la UNRWA. Pero además, la UPWC se creó para trabajar por la igualdad. Expone que «las mujeres tuvieron mucho protagonismo durante la primera intifada: en manifestaciones, en los hogares en los que los maridos estaban en la cárcel…». Sin embargo, después desaparecieron de la vida pública. La UPWC decidió equilibrar su trabajo, otorgando mayor espacio a la igualdad. «No sólo para decidir sobre asuntos de mujeres, sino para tener un papel en la sociedad». De hecho, cita como una avance social una ley de 2006 en la que se aprobó una cuota de mujeres en política, hasta el 20% de escaños y concejalías. «Aunque no se cumplió, ya que sólo se eligió un 13% de diputadas palestinas en las elecciones generales, tenemos muchas representantes, concejales y hasta alcaldesas». Algo que no se ha conseguido en el recién reelegido comité central de Al Fatah, en el que no hay ninguna mujer presente, «pese a que hay muchas militantes».

«Con Dios no se puede negociar nada», Saafin

Calles de Ramallah. Alfonso Sánchez

Calles de Ramallah. Alfonso Sánchez

Acabada su intervención, las preguntas se agolpan. Sobre su realidad cotidiana o asuntos más espinosos. Le preguntó sobre el creciente peso de la religión en una sociedad, la palestina, tradicionalmente más laica. «Con Dios no se puede negociar nada» es su primera frase. «Algunos grupos islamistas interpretan la religión en su beneficio». Sin posibilidad de réplica, se queja. Nos cuenta el crudo ejemplo de que tras las últimas elecciones, Hamás decidió aparcar el proyecto de cambio de código de familia. Surgen dudas sobre el discutido papel del velo y la situación de la mujer en el mundo islámico. «Es una decisión personal de cada mujer. Para muchas es la única opción de poder trabajar o estudiar. Yo quiero que cada una tome su propia decisión y, sobre todo, que el cuerpo de la mujer deje de ser un campo de batalla social». Acuciados ya por el tiempo, Saafin acorta sus respuestas, algunas incluso suenan incómodas. UPWC no cuenta con ningún programa de educación sexual ni en favor de los derechos homosexuales. «En Palestina no es como en Europa, hay pocos casos de lesbianas, no hay ningún movimiento. Son opciones personales de unas pocas».

«Para nosotras, las manifestaciones de Stonewall no son lo más importante. No más que el logro del voto femenino en Egipto. Las vivencias homosexuales son similares, pero la cultura es distinta», Nisreen Mazzawi

Mujeres palestinas. Iñaki Legarda

Mujeres palestinas. Iñaki Legarda

Y, sin embargo, existen. Claro que existen. Quiso la casualidad que una de las viajeras tuviera una amiga palestina que vivía a medio camino entre Nazareth y Haifa, territorio actual de Israel. Y que esa amiga palestina fuera cofundadora de Aswat, grupo de mujeres palestinas por los derechos de los homosexuales. Por la tarde, después visitar la cercana tumba de Arafat y un pequeño descanso, hicimos un pequeño hueco para oír su intersante experiencia. Ya más relajados, cerveza cercana, narguila de mano en mano, y con Nisreen Mazzawi encantada de nuestro interés. Nos cuenta, en un discurso estructurado, que debe ser habitual para ella, los inicios de Voces, Aswat en castellano, como una lista de correo de 12 mujeres sobre sus inquietudes sexuales en 2002. Tadaron un año en dar el paso de verse físicamente, de convertir sus necesidades personales en algo social, en defensa de los derechos de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. Y pudieron contar con el apoyo de otras organizaciones feministas, algo que no esperaban porque aunque eran activistas conocidas en el ámbito feminista y antiocupación, este es un «asunto díficil, sobre todo en zonas rurales». Así, un grupo feminista les cedió un local en Haifa. Comenzaron creando su web, un boletín físico y una biblioteca de libros sobre sexualidades, casi todos ellos escritos en inglés. Siempre como grupo de mujeres, abiertas a colaborar y promover otras organizaciones, como ante una petición de un grupo mixto de Ramallah, pero con ganas de seguir un trabajo propio y no convertirse en una organización burocrática. Además, Aswat sumó varios recursos más: líneas teléfonicas de apoyo, trabajo psicológico, sensiblización, grupos de trabajo educativo en aulas y con profesorado…

Pintada en Deheishe. A. Sánchez

Pintada en Deheishe. A. Sánchez

Desde el principio, decidieron no traducir libros, nos dice, porque eso suponía «trasladar otra cultura, como si fuera obligatoria». Por eso se decidieron a editar y recopilar sus primeros artículos, y otros de lugares de cultura musulmana tan diversos como Serbia o Líbano. «Para nosotros las primeras manifestaciones por los derechos homosexuales de Stonewall no son lo más importante. No más que el logro del voto femenino en Egipto» expresa con convicción Nisreen. «Nuestras vivencias y sentimientos homosexuales son comunes a todo el mundo, pero la cultura es distinta. El aprendizaje de otras feministas es relevante, pero desde nuestras raíces». De hecho, con sede en Haifa, le preguntamos como se consideran, palestinas o árabes israelíes. «Palestinas», dice sin dudar, «y para todos las palestinas, aunque desde la segunda intifada es más díficil la coordinación entre los territorios ocupados». Palestinos que viven en Haifa, en barrios separados y que dice conocer. «Hasta por el modo de conducir o preguntar a alguien en la calle, sé si son palestinos o israelíes». Además dice que se trataba de una necesidad árabe, pues no se sentían representadas en otros grupos LGTB israelíes. Por cultura y por la ocupación. De hecho, cita el rechazo a su intervención en la reciente manifestación en protesta por el asesinato de dos homosexuales en Jerusalén este verano en el que no dejaron a Aswat participar en los discursos finales, ni siquiera ante la petición de un diputado árabe de la Knesset, el parlamento israelí. También dice que la cultura y las necesidades son distintas y que, de hecho, el objetivo de su trabajo es conseguir una aceptación social por parte de la cultura árabe y palestina. Mazzawi es un torrente, llena de energía, anota mentalmente nuestras preguntas, sonríe y continúa atacando asunto tras asunto, sin un ápice de fatiga. El rechazo de los grupos islámicos a Aswat, la necesidad de trabajar en red internacional, su creencia de que las iglesias son la fuente de la homofobia, la defensa de un islam antiguo más tolerante con las diferentes orientaciones sexuales… Todo hasta casi agotarnos a nosotros, preocupados por su cansancio. De camino al hotel sigo hablando con Nisreen Mazzawi, intentando exprimir sus opiniones. «Hay mucha propaganda con Israel. Dicen que es el único estado democrático de Oriente Medio. ¿Un estado democrático sin Constitución ni fronteras, confesional y religioso? Que niega sus derechos a los palestinos, el retorno de los refugiados… ¿Eso es democracia? La ocupación y todo lo que conlleva es un problema que sufrimos a diario. Desde la guerra de Gaza estoy asustada de la deriva aún más autoritaria de Israel, del gobierno y de la sociedad. Creo que la única solución es una fuerte presión internacional. Si no, no sé que sucederá». Otra vez, la ocupación.

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Con familias en Beit Sahour

Manifestación festiva del OPGAI. Alfonso Sánchez

Manifestación festiva del OPGAI. Alfonso Sánchez

Como solía decir Juana, una de las integrantes del viaje solidario, todo era nuevo cada día. Ni un segundo de rutina. O más bien teníamos días que parecían meses:  intensos, largos, extenuantes y llenos de novedades. Así que tras unos días durmiendo en Belén, nos mudamos un poco más abajo, a Beit Sahour. Uno de los tantos pueblos que suman los 140.000 habitantes de la provincia, encabezada por la conocida Belén, en la que viven 40.000 personas.  Gran parte de la zona está habitada por palestinos cristianos, que se declaran igualmente palestinos aunque de religión distinta por más que en su carnet de identificación específique su religión y los israelíes intenten separarlos dándoles más prebendas.  Aunque eso no quita que se perciban problemas de convivencia. Hay pocas parejas entre musulmanes y cristianos y oímos algún comentario incómodo. Al menos eso percibimos en las cenas y charlas al fresco con alguna de las familias con las que dormimos en Beit Sahour. Y es que el Alternative Tourist Group, el grupo organizador en la zona del viaje planeado por Sodepaz, lleva desde 1995 ofreciendo cerca de 100 viajes anuales que mezclan turismo y conocimiento de la realidad. Como decía Jawad Musleh, su coordinador, «queremos promover Palestina como un destino turístico y que la gente conozca su realidad y se pueda unir a nuestra causa en sus países».  Desde el principio el ATG ha llevado a cabo un programa de alojamiento con familias de la zona para aumentar sus ingresos económicos y que haya un conocimiento mutuo de costumbres e idiomas. De esta manera, Alfonso, Iñaki y yo pasamos a dormir en la casa de George y Azad. Un edificio de dos plantas con varias habitaciones, por la que habían pasado sus cuatro hijos y nietos y que ahora acogía no sólo a huéspedes del ATG sino a voluntarios internacionales y palestinos de otras partes del país. El resto del viaje durmió en casas de profesores universitarios o familias retornadas de la emigración en Perú. Nuestro «casero» George, cercano a los 60 años, trabaja de profesor de primaria en Hebrón, cuenta un segundo empleo extra en Jerusalén y además obtiene dinero de los viajeros. Todo para poder sufragar, por ejemplos, el master universitario en Dublín de uno de sus hijos o para haber recorrido parte de Europa el año pasado.

Jawad cree que es un buen momento para que crezca la izquierda en Palestina

Mural de líderes del FPLP. Alfonso Sánchez

Mural de líderes del FPLP. Alfonso Sánchez

Pero la ATG no sólo se dedica a organizar viajes alternativos, también cuenta con un centro de estudio, ha editado una guía turístico-política de Palestina y colabora en diversas iniciativas de izquierda social y en dos programas de apoyo voluntario al trabajo agrícola, en olivos y árboles, organizados junto con el YMCA de Jerusalén. De hecho, Jawad hoy nos ha comentado el inicio del campamento de jóvenes de OPGAI (Iniciativa de Divulgación sobre la situación en los territorios ocupados de Palestina y los sirios de los Altos del Golán). Es justo una de esas tardes en las que tenemos unas horas libres, y muchas ganas de llenarlas con más cosas. Así que nos acompaña a la manifestación festiva de incio del campamento. Se trata de jóvenes de izquierda social y política, de un lado y otro de la actual frontera entre Cisjordania e Israel, que van a recibir formación y hacer trabajo solidario durante unos días. Durante la manifestación, Jawad me comenta sobre la situación política para la izquierda en palestina, que cuenta con cinco diputados en el parlamento. Cree que es un buen momento para la izquierda, porque la gente está cansada de la división entre Al-Fatah y Hamás, pero también piensa que es díficil. Por ejemplo, partidos como el FPLP (Frente Popular de Liberación de Palestina) están descabezados, con sus dirigentes en la cárcel o asesinados por el ejército israelí. Observa con preocupación la creciente religiosidad de la sociedad y muestra entusiasmo por las inciativas de ONGs y asociaciones frente a la ocupación, la creación de redes como la OPGAI o el trabajo conjunto con grupos israelíes como ICAHD o AIC. Ante la pregunta de cuál podría ser la solución al conflicto entre Israel y Palestina, Jawad no duda: «un estado democrático para todos, con el retorno de los refugiados».

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Turismo y ¿tranquilidad?

Basílica de la Natividad

Basílica de la Natividad

El segundo día de la expedición solidaria estaba dedicado al turismo. Por la mañana empezamos dando un paseo por la parte antigua de Belén. Esa que se eleva y retuerce sobre si misma con casas decoradas con piedras procedentes de las muchas canteras del país, arcos y estilo otomano. Hoy es viernes, y aunque la región cercana a Belén haya muchos palestinos cristianos, los musulmanes son mayoría y, por lo tanto, los comercios están casi todos cerrados. Pasemos por la calle de la “estrella”, así en castellano, financiada con dinero de la cooperación española y con el logotipo de la AECI (Agencia Española de Cooperación) visible en sus carteles. La ruta continua entre el mercado, la calle de los mártires y desembocamos en la plaza de la zona vieja. A un lado la mezquita de Omar, al otro la iglesia de la Natividad, la basílica más antigua del mundo construida para conmemorar el nacimiento de Jesús. En medio, un gran despliegue de diversas policías palestinas y los carteles de Al Fatah, nos recuerdan que seguimos de congreso, ese que ha ampliado su duración varias veces ante la falta de acuerdos.

Entramos en la iglesia original de la Natividad, compartida por católicos y cristianos ortodoxos, cuya entrada no es más alta de metro y medio para simbolizar la sumisión de los cristianos ante Dios. En el subsuelo, se sitúa el punto venerado como lugar de nacimiento de Jesús, visitado por numerosos viajes religiosos, la mayoría de italianos y españoles, en el que se suceden postraciones, besos y misas. Luego, entramos a la nueva basílica de la Natividad, ya sólo propiedad de la Iglesia de Roma, y conocida por las imágenes de la famosa misa del gallo. Nasser nos cuenta de viva voz el sitio que sufrió la Iglesia durante la segunda Intifada, cuando varios palestinos se encerraron en ella pensaron que era un lugar seguro frente al ejército israelí que sitió el lugar, impidiendo el paso de comida y disparando con frecuencia.

“Quiero asegurar el futuro de mis hijos y convivir”, Nasser Alawy

Carteles del congreso de Al Fatah

Carteles del congreso de Al Fatah

Al mediodía, cuando el sol impone su ley implacablemente nos acercamos a unas presas construidas en la época del Rey Salomón para abastecer sus fortalezas para continuar hacia la fortaleza de Herodión. Para llegar debemos cruzar varios checkpoints y entrar en territorio no ya controlado por Israel, sino directamente israelí como recuerda una gran bandera, una de las tantas que llenan el país. Entre las explicaciones sobre la fortaleza hecha sobre una colina artificial en el lejano primer siglo de nuestra era, Nasser nos enseña varios asentamientos y carreteras de colonos. En un momento determinado, nos pide permiso para darnos su opinión personal sobre el conflicto, ya que estamos oyendo variados comentarios. “Yo sueño con que un día la gente de Israel y Palestina hagan una revolución contra sus políticos y podamos vivir en paz.” Le gustaría que todo el mundo pudiera llevar sus banderas e, incluso, no le importaría que el estado se llamara Israel. Reconoce el sufrimiento de su pueblo pero insiste en que tiene amigos israelíes y quiere convivir. “Yo quiero asegurar el futuro de mis hijos, que vivan en paz”. Él, que no vota a ningún partido y ha estudiado en nuestro país, dice que desde la segunda Intifada todo ha ido a peor en Belén: más paro, represión, muro y muchas dificultades para la gente.

Despliegue policial en Belén. Fotografía de Iñaki Legarda

Despliegue policial en Belén. Foto de Iñaki Legarda

Por la tarde, mientras actualizo el blog en un cyber café, pienso en lo diferente que es esta ciudad de lo que me había imaginado con anterioridad y hasta dudo del viaje, pensando que es más turístico de lo que yo me había imaginado. Tan sólo unos segundos convierten esta balsa de aceite en un mar embravecido. Al salir del café, un coche de policía cierra la calle y se bajan numerosos hombres, fusil en ristre, ocupando esquinas y cerrando tiendas. “Es mejor esperar”, me dice el palestino que regenta el cyber, así en su castellano americano aprendido en su años de vida en Honduras”. Él no se inmuta, dice que hace mucho que todo está tranquilo y que quizá hay algún lío con Hamás. Su mujer si está nerviosa y no para de llamar a las madres de los niños allí congregados que hasta hace poco gritaban de alegría por los triunfos de sus juegos interactivos. Yo, intento mantener la calma, pensando en lo mucho que ha cambiado todo en unos segundos, y aprovecho para unirme a un palestino que va en dirección a nuestro hotel, el centro de todo pues está a pocos metros del congreso de Al Fatah. Cuando llego me voy encontrando a todos lo integrantes del grupo, dispersos en bares y tiendas, que oyeron disparos, y a Alfonso, refugiado en la recepción junto con los empleados del hotel, que se afanan en bromear y calmarnos y que hasta nos ofrecen vino para cenar en un comedor vacío de turistas. Todo ha quedado en un “malentendido” entre servicios secretos y guardia presidencial, que ha puesto en danza a todos los policías allí reunidos y que vemos golpeándose entre sí a la puerta del hotel, imagino que recriminándose su “eficacia”. Nada grave, pero indicativo de lo mucho que puede pasar, y ha pasado en estas tierras.

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Café turco en Belén

Picture 015El trámite de la entrada se superó con pocas incidencias y algún que otro nervio. Dos pequeños interrogatorios solventados con cara de turista ante las preguntas de los policías, la guía turística de Israel y la reserva falsa como arma definitiva para lograr la entrada. El resto de los compañeros del viaje solidario tampoco tuvieron excesivos problemas, mas allá de una charla de 45 minutos o tener que enseñar tarjetas de crédito y dinero para acreditar la estancia. Eso sí, una de las viajeras tuvo que desnudarse en el aeropuerto de Barajas ante un policía israelí y con las quejas de un guardia civil por el trato dado a una nacional. Y es que Israel puede denegar el visado por motivos de seguridad, y para ellos este viaje de turismo solidario de Sodepaz hubiera podido ser motivo de devolución y, sobre todo, de posibles problemas para el Alternative Tourism Group que organiza el viaje aquí.

Comenzamos el día, dormidos tras el viaje, pero con ganas de pasearnos por la ciudad de Belén, o Bethelem como se la conoce por aquí. Lo primero y más evidente fue la gran presencia de todo tipo de policías, con diferentes equipaciones y rifle en ristre. Belén, y las cercanías de nuestro hotel, albergan el primer congreso de Al Fatah en 20 años en el que pretenden renovar su cúpula directiva y postura política. El hotel está cercano a la parte vieja de la ciudad. Callejas, escalones, cuestas que dan al mercado local, a la calle de la Estrella o a la transitada plaza del Pesebre en la que se encuentra la iglesia de la Natividad, el mayor reclamo turístico de una ciudad volcada en el turismo religioso de los orígenes de Jesucristo.

«Me siento como en una reserva india», Juani Rishmawi

La primera visita, mas bien reunión, fue a la sede de los Health Work Comittes. Juani Rishmawi, madrileña de unos 50 años, nos cuenta la labor médica de esta ONG que dispone de 16 centros de salud, tres hospitales y 30 clínicas móviles centradas en atención general, además de una fuerte actividad en prevención de la salud. Su organización, y otras, ayudan a atender la salud del 45% de los palestinos, a través de dinero de cooperación y una pequeña contribución del paciente. Además, ella, que lleva 24 años en Palestina tras su matrimonio con Elías, y su organización sirven de termómetro de la situación social. «Me siento como en una reserva india», dice, para recalcar impotencia, depresión y hasta odio hacia los israelíes. Ella mezcla en una charla animada, entre vasos de fuerte café turco, retazos de su experiencia diaria, en su organización y como habitante del país. De como vio la masacre de Gaza por televisión buscando no encontrar conocidos, de la discriminación hacia los habitantes de los territorios palestinos o hasta como como cobra en shekels y una ANP, a la que critica con dureza, le cobra los impuestos en dólares. Impresiona cuando cuenta duras experiencias, con sus hijos acuesta cruzando checkpoints en Gaza o durante el sitio a Belén en la ultima intifada.

Tafik Hadad escucha la traducción de Nasser

Tafik Hadad escucha la traducción de Nasser

Después de un rápido shawarma volamos hacia otra reunión. Esta vez con Badil, organización dedicada al estudio y difusión de informes sobre los refugiados y desplazados palestinos. Esta vez el café turco, cargado y lleno de posos, es una medicina necesaria para soportar el calor y el cansancio. Tafik Hadad, apoyado en una chica siempre en segundo plano, se esfuerza en explicar y gesticular sus argumentaciones, para que Nasser Alawy nos las traduzca del árabe al castellano. Una larga introducción histórica sobre el problema palestino para explicitar una política de conquista de toda la tierra del antiguo mandato palestino, que ha violado numerosas resoluciones de la ONU y que supone un progresivo apartheid de los palestinos. Y con la intención de poner en primer lugar la situación de los 7,6 millones de refugiados y desplazados, grandes olvidados de las negociaciones políticas e injustamente desterrados de cualquier solución. Pregunto a Tafik por las demandas de su organización solución para solucionar la ocupación , él que está firmemente en contra de los acuerdos de Oslo. Recalca que su organización no es política y sólo busca sensibilizar sobre los refugiados, sobre sus derechos colectivos e individuales al retorno y a indemnizaciones. Pero, a nivel particular, dice que todo depende de las fuerzas. «No me pronuncio por un estado compartido o dos. Eso sí, tenemos derecho a la resistencia. Aunque no se si hoy es la política más inteligente.»

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